Por Héctor Puche
El siguiente relato es basado en las lecciones que un conejo me enseñó durante 7 años.
Parte IX
En el post anterior comenté cómo Hermes se convirtió poco a poco en un gran maestro y entrenador para mi vida y la de mi pareja en ese entonces. Hoy daremos fin a esta serie de post donde aunaremos todas las herramientas que hemos tratado en las publicaciones anteriores (I – II – III – IV – V – VI – VII – VIII). Las herramientas del Amor son tan poderosas cuando las ponemos en práctica y al servicio de nuestro crecimiento individual que dicen los expertos que tienen la capacidad de modificar nuestro destino. Sin duda a mi me han ayudado a superar muchas de mis limitaciones mentales, emocionales y sentimentales.
Viernes 15
Agradecimiento (en combinación con las 6 herramientas adicionales) – Tras una semana de emociones encontradas, de lágrimas, risas, recuerdos, anécdotaas, fui limpiando la casa rincón a rincón del rastro de Hermes.
Ese día coincidía con un viaje que tenía programado con P fuera de España y tal como dije al inicio, “todo es perfecto y necesario”.
No por casualidad la noche anterior había dejado a Luna con M para que nos la cuidara mientras P y yo nos íbamos de viaje. No por casualidad había aspirado el jueves para sacar las ultimas motas de polvo, tierra y pelos que venían del patio. No por casualidad me encontraba solo con una fregona limpiando el suelo rincón a rincón una semana después de la muerte de Hermes.
Cuando acabé de fregar toda la casa, cerrar las ventanas y acostarme en el sofá esperando a que P me recogiera para ir al aeropuerto, visualicé a Hermes en su sitio favorito de la sala. El rincón donde muchas noches dormíamos los tres y entre sueño y sueño me despertaba para acariciarle las orejotas y decirle que lo amaba con locura mientras Luna dormía entre mis piernas.
Esa escena la solía repetir una o dos veces por semana para dar gracias a Dios/Universo por lo afortunado que era/soy por tener una familia tan hermosa, por haber conseguido llegar hasta ese punto y levantarme todos los días queriendo trabajar y servir a los demás, por ir mejorando poco a poco mis relaciones con quienes me rodean, por tener personas que creen en mis formaciones y quieren aprender. Agradecía tumbado en el sofá de mi casa con Hermes acostado a un lado y con Luna a otro. Allí cuando sentía el amor y la armonía que se respiraba en casa, se me saltaban las lágrimas de felicidad y pensaba en la muerte y en la vida.
Ahora estaba solo, cerrando un ciclo de aprendizaje.
Amo la vida tal y como es, aunque muchas veces no la comprenda y me surjan dudas sobre qué me quiere decir con lo que sucede.
Ahora puedo decir que no me arrepiento de nada de lo que hice o dejé de hacer. Acepto, Asumo, Actúo, Agradezco, Respeto, Valoro y me Adapto a todas y cada una de las lecciones que la vida me ofrece.
Gracias Hermes por haber existido. Nos veremos pronto en algún universo, en alguna dimensión, en algún otro tiempo.
Te amo.